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CIUDAD DE MÉXICO. Una muestra de amor constante más allá de la muerte, un caso de demencia colectiva, un asesinato encubierto... Se desconocen las razones que llevaron a una familia (madre, hijo, hija y yerno) a conservar en su domicilio durante un año el cadáver de Edmundo Juárez Solís, de 64 años, esposo, padre y suegro de los anteriores. Los deudos afirmaron en un primer momento que guardaban la “reliquia” porque no tenían dinero para sepultarla y, a petición de Mercedes Velarde de Juárez, su hijo Edmundo y su yerno Luis se encargaron de quitarle los gusanos y limpiar periódicamente el cuerpo insepulto.
Una fuga de agua, denunciada por los vecinos, llevó a los bomberos hasta el domicilio de esta familia en la Ciudad de México y al descubrimiento de los restos mortales que, pese a los cuidados recibidos, emitía un olor pestilente. Los pertinentes estudios forenses revelaron que el occiso llevaba muerto al menos un año y se encontraba petrificado; el cuerpo sólo conservaba algunos fragmentos de piel adheridos a los huesos de la caja torácica, brazos y cráneo. Según los vecinos, el fallecido padecía de retraso mental, por lo que no les causó extrañeza su larga ausencia.
De momento, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (Fiscalía capitalina) ha ordenado que todos los miembros de la familia Juárez Velarde sean sometidos a rigurosos exámenes psicológicos. Al parecer, la viuda se empeñó en dormir con el esposo muerto durante los meses transcurridos desde su fallecimiento, por lo que el cadáver permanecía recostado del lado izquierdo de la cama; eso sí, vestido con un pijama verde: Amor post-mortem, pero casto.
