No tengo que decirles que las cosas están mal, todo el mundo sabe que están mal. El dólar no cuesta casi nada. Los bancos están quebrando, los vendedores guardan un arma bajo el mostrador, los punks corretean salvajemente por las calles y no hay nadie en ningún sitio que sepa qué hacer; no hay fin para esto.
Sabemos que el aire no es apto para respirarlo y que la comida no es apta para ser comida.
Nos sentamos mirando nuestro televisor mientras algún locutor local nos dice que hoy han habido 15 homicidios, 63 crímenes violentos; como si esa fuera la forma en que debe ser.
Sabemos que las cosas están mal, ¡peor que mal! Es una locura. Es como si todo en todos lados estuviera enloqueciendo, así que no salimos más. Nos sentamos en casa y lentamente el mundo en el que vivimos se vuelve más pequeño y todo lo que decimos es "por favor, al menos déjennos tranquilos en nuestra sala de estar, déjenme tener mi tostadora, mi televisor, mi radio y no me quejaré... ¡Sólo déjennos tranquilos!"
Bien, no voy a dejarles tranquilos. ¡Quiero hacerles enojar! No quiero que protesten, no quiero que escriban a los miembros del congreso, porque no sé qué decirles que escriban. No sé qué hacer sobre la recesión, la inflación, los rusos y el crimen en las calles. Todo lo que sé es que primero deben enojarse, tienen que decir, "soy un ser humano, maldita sea, ¡mi vida tiene valor!"
De un programa de la TV americana en 1976