Te puedo contar mi experiencia.
He trillado mucho en la era de la calidad de audio. He leído todo lo que ha caído en mi mano, he probado DACs de 100 y de 1000 euros junto con auriculares cerrados, abiertos, de referencia, con curvas en V, planos, de 300 euros, de más de 1000…
He hecho todo tipo de inventos para asegurarme el bitperfect, he comprado música en todas las calidades posibles, de estudios premiados por su calidad de grabación, he repasado el espectrograma de hasta el último corte del último álbum que he escuchado.
He invertido mucho tiempo y dinero, en definitiva.
Y, ¿qué he aprendido por el camino? Que en pocas aficiones existe tanto humo y aprendices de brujo como en el mundillo del audiófilo.
¿Noto la diferencia entre un ripeo en FLAC de un CD (44/16) y un DSD 256 a 11 Mbps? Malamente. Si el estudio cuidó la grabación y masterizado en ambos casos, lo paso mal para reconocer diferencias.
¿Me merece la pena todo el tinglado que tengo que montar para reproducir en exclusiva (bypasseando el mixer de Windows, que hace que se inactiven el resto de fuentes) archivos a 96/24 ó más? Para el día a día no. He aprendido a disfrutar la música y dejarme de rollos.
Para mí, los auriculares inalámbricos eran un anatema, Bluetooth SBC trituraba el audio (que bueno, no es del todo falso, pero SBC es un códec muy configurable) y bla, bla, bla. Ahora mismo escribo esto escuchando el disco Tornado de Marco Mezquida en unos auriculares BT desde Spotify. Y ahora, lo disfruto sin más.