Los Ángeles. Años 80 del siglo XX. Un hombre normal y corriente recibe por error una llamada de un soldado comunicándole un inminente ataque nuclear. El protagonista lo pone en conocimiento de las autoridades de la ciudad pero la policía le contesta que todo ha sido "una falsa alarma" y que lo olvide. El protagonista no se fía e intenta dar a conocer la noticia al público. La policía, intentando evitar el pánico general, lo acusa de peligroso terrorista y ordena su caza y captura inmediata. Cuando los cuerpos especiales de la policía están a punto de abatirlo, se confirma públicamente el ataque con misiles atómicos. La ciudad de Los Ángeles estalla en psicosis. Todo el mundo intenta abandonar la ciudad. Entre semejante caos, el protagonista intenta escapar junto a su chica en un helicóptero pero la onda expansiva de una de las explosiones nucleares hace precipitarse al océano la aeronave. En la última escena de la película, mientras el helicóptero va hundiéndose en el agua, la chica, en un ataque de histeria, grita: "¡No quiero morir! ¡No quiero morir!". El protagonista intenta consolarla con la siguiente frase: "Algún día colegios y museos llevarán nuestro nombre". Y así termina el filme.
Graias por anticipado.