En España, la situación es de emergencia nacional.
El tiempo se acaba, ya el iceberg está asomando por el horizonte y el capitán del barco (Zapatero y sus secuaces) siguen en el salón de fiestas brindando con champán al ritmo de los violines mientras el Titanic se dirige de cabeza hacia el hundimiento.
Y no será porque no se les haya advertido. El primer toque de atención de los inversores a Moncloa se produjo el pasado febrero, que pasará a la historia como la primera semana negra de 2010 en bolsa. El segundo resonar de trompetas no será tan tibio.
Tan sólo un dato: el mercado detectó el pasado enero que Atenas estaba en quiebra técnica cuando descubrió con horror el ocultamiento de su deuda y déficit público, y en apenas tres meses su Gobierno se ha visto obligado a implorar un rescate ante la negativa del mercado internacional a seguir financiando su elefantiásica estructura pública.
Veremos cuánto margen conceden a Zapatero. Lo triste, sin embargo, es que la situación podría resolverse en 24 horas. Basta con que el Ejecutivo apruebe un recorte inmediato de entre 40.000 y 50.000 millones de euros y liberalice todos los sectores productivos del país para que esos malvados especuladores que ahora venden España comiencen a comprar de nuevo bonos de Tesoro para felicidad y tranquilidad de nuestros políticos.
Por otra parte, Volker Kauder, jefe parlamentario del partido de Angela Merkel, ha tenido la virtud de decir públicamente lo que piensa la inmensa mayoría de alemanes, pidiendo que se deje a los países que constituyen una rémora para la locomotora europea disfrutar en solitario de los éxitos económicos de sus gobernantes. Y como tienen esa mentalidad tan prusiana, ha añadido que, por favor, esa quiebra inminente se haga de forma ordenada. El único problema es que resulta difícil que Zapatero haga algo de forma organizada, ni siquiera hundirnos en la sima más profunda y persistente de la depresión económica; pero por pedir que no quede.
La bolsa española se ha pegado el consiguiente batacazo, porque una cosa es que una agencia privada de calificación advierta del riesgo de nuestra deuda, y otra muy distinta que los responsables de salvarnos del desastre económico comiencen a mirar para otro lado. Si el leñazo bursátil del pasado mes de febrero encaneció súbitamente a Zapatero, obligándolo a enviar a Salgado a aquella famosa gira europea, con el de hoy puede que las ojeras, todavía incipientes, se le agudicen de forma notable en cuestión de unas horas.
Zapatero es el típico estudiante vago que deja pasar el tiempo sin hacer caso de las advertencias de los profesores de suspenderle si no hace los trabajos que tiene encomendados. Sabe que tiene que poner en marcha un plan de reformas brutal para que los mercados nos sigan prestando dinero y el resto de países vuelva a tomarnos en serio, pero como eso supondría un coste electoral, está dispuesto a seguir vegetando a la espera de que el día del examen se decrete un aprobado general que sin duda no merece.
Una quiebra "ordenada" no es lo peor que podría pasarle a España.
Con un cambio de Gobierno y un plan de ajuste serio que incluya la reforma del sistema autonómico saldríamos de la crisis tras muchos sacrificios.
Con un Zapatero uncido a las exigencias de sus socios autonómicos, sumado a la voracidad presupuestaria de los grupos de presión que agitan a las masas en su nombre, nuestro destino es irremediable: quebraremos y, gracias a Zapatero, el proceso será más lento, pero las víctimas mucho más numerosas.
Basta una sucinta afirmación de Zapatero para comprobar toda la bajeza moral de la izquierda y de toda la comparsa mediática dispuesta a disculpar los destrozos que este Gobierno está causando al conjunto de los españoles acusando de los mismos a unos ignotos "especuladores". Critica Zapatero, el de las dos tardes, que los especuladores estén actuando basándose en "pronósticos e hipótesis" y no en "datos y hechos".
Al margen de que los datos y los hechos de la economía española ya son un argumento para horrorizarse ( 20% de paro, déficit público de 12% del PIB y sistema bancario al borde de la quiebra), los especuladores, actúan siempre basándose en pronósticos, pues su cometido precisamente es el de tratar de anticipar un futuro que es incierto. Si la especulación consistiera en actuar conforme a datos objetivos que todos interpretáramos del mismo modo, simplemente no habría lugar a la especulación, pues todos tendríamos unas expectativas homogéneas sobre un futuro cierto.
Y es aquí precisamente donde los pronósticos que cabe deducir de las actuaciones de los especuladores deberían preocuparnos. Ha bastado con la afirmación de Volker Kauder de que bastaba dejar quebrar a España, para que los especuladores rápidamente huyeran de nuestro país. Del mismo modo, a lo largo de las últimas semanas la previsión de que los alemanes aceptaran un rescate de España como lo estaban haciendo con Grecia impulsaba al alza el mercado de valores español sin que en aquel entonces nadie alzara la voz contra los pérfidos especuladores.
En otras palabras, la mayoría de agentes del mercado descuenta una suspensión de pagos del Estado español en el futuro, por mucho que Zapatero lo tache de "locura"; los socialistas que ahora niegan todo riesgo son los mismos perros (con idénticos collares) sin credibilidad alguna que a comienzos de 2008 nos situaban en la Champions League de la economía mundial, se vanagloriaban de contar con el sistema bancario más sólido del mundo y nos prometían el pleno empleo antes de 2012.
Pero al cabo sólo nos queda confiar nuestra suerte a esos antipatriotas especuladores cuyo comportamiento refleja la calamidad que se nos avecina si Zapatero continúa en el poder y sigue bloqueando cualquier reforma conducente a consolidar el presupuesto y liberalizar nuestros mercados. Sólo cabe esperar que varias sesiones de batacazos en los mercados acaben por mostrar tanto a los españoles como al resto de europeos que la catástrofe es Zapatero y que si bien España no quebrará mañana, bajo su batuta no parece haber otro horizonte posible.
Si bien Rajoy ha renunciado a hacer oposición, los especuladores no parecen estar dispuestos a que Zapatero los arruine. El mayor servicio que podrían prestar a la patria, es decir, a todos y cada uno de los españoles que no abrevan en los aledaños de La Moncloa, es que terminaran forzando la renuncia del presidente del Gobierno.
Porque precisamente ese es el lado fuerte de los especuladores: no necesitan que la bomba les estalle delante de sus narices para saber que va a haber una explosión; les sobra y les basta con ver la mecha encendida.
Ahora solo hay que leer como los muy patriotas diarios nacionales culpan a la especulación de todos nuestros males. Los mismos diarios que le ríen las gracias a uno de los políticos más nefastos de nuestra historia, los mismos que disculpan todas y cada uno de los atropellos, tropelías y agravios que Zapatero ha infligido y sigue infligiendo día a día a los españoles, se rasgan las vestiduras porque los inversores huyan en desbandada de nuestro país. Eso sí, no se extrañe que los dueños de esos rotativos hayan sido los primeros en expatriar los capitales. Por lo visto, son el resto de mortales los que han de sufrir estoicamente cómo este impresentable los expolia.