Paradójicamente, en la era de la razón son los torpes ambiciosos quienes marcan el paso. Porque para los inteligentes y cultos, el ejercicio de la razón lleva a la duda y por tanto es paralizante. En cambio, para los obtusos la razón es la gran legitimadora. Para ellos, razón equivale a lo primero que se les asoma por la cabeza o a lo primero que oyen envuelto en la suficiente palabrería científico-cultural; sobre todo si lo dice uno de entre ellos que tenga suficiente éxito y ascendiente social.
Como consecuencia, los primeros, desorganizados e inactivos, acaban cediendo las instituciones a los torpes ambiciosos, que hacen demagogia en los medios para adoctrinar a las hordas. Tanto unos como otros han abandonado el sentido común y los valores: en caso contrario, los primeros no dudarían tanto, y los segundos, se darían cuenta de sus limitaciones y se refrenarían. Pero como no sucede, se completa un escenario para el gobierno desbocado de los peores.