El fin de semana teníamos la oportunidad leer esta peculiar reflexión del funcionamiento interno de muchas empresas, no sólo de nuevas tecnologías. Rompiendo la tradición de publicar sólo noticias y muy pocas, las más cualificadas, opiniones, nos arriesgamos, disculpen el "copia-pega", a sacar este artículo de Pilar Cambra -redactora jefe de Expansión- que desmenuza de manera humorística la insólita situación en la que se ven muchas compañías. Seguro que a más de uno le resulta familiar.
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El argumento de todas las grandiosas películas de los hermanos Marx, desde "Un día en las carreras" a "Una noche en la ópera", gira en torno a un eje central: la actividad frenética - y, generalmente, inútil - de uno, varios o mogollón de personajes...
Hay, por supuesto, muchas más señas de identidad inolvidables y desternillantes en esos films: el bigote ficticio, el puro y la verborrea hilarante -"la parte contratante de la primera parte, que soy yo, propone a la parte contratante de la segunda parte, que eres tú..."-; los bocinazos del también falso mudo Chico; la caradura embrolladora de Harpo... Pero, la verdad, todas las películas de los Marx cobran su definitivo 'clímax', ese momento en el que las carcajadas se hacen incontenibles, cuando se monta el gran follón a base de carreras, aglomeraciones en espacios reducidos, gansadas pronunciadas por más y más personajes que se suman a la algarabía... La famosísima - histórica, pare el cine - escena del camarote en Una noche en la ópera es el ejemplo perfecto: en una conejera que no supera los dos metros cuadrados -y en la que ya están amontonados los Marx y su voluminoso equipaje- comienzan a aparecer un fontanero con enorme llave inglesa; unas camareras que pretenden poner en orden el cubículo; una manicura a la que, como es natural, Groucho intenta seducir y Chico, que se hace el dormido sobre una cama que sobrevuela el mogollón, trata de pellizcar; y los camareros con enormes bandejas en las que portan, faltaría más, los "¡y dos huevos duros!" -que, al final, deben ser veinticuatro- que va añadiendo a los sucesivos pedidos una voz que surge de la masa compacta que se apiña en el camarote... Aparentemente, allí cada cual está haciendo algo: fontanería, manicura, servir comida, limpiar, dormir. Pero, en realidad, nadie hace nada más que incordiar a los demás.
Si ustedes se fijan -que se fijan, ya lo sé- en la actividad que, en no pocas ocasiones, se desarrolla en su empresa, inevitablemente tendrán que asociarla al título Un día en las carreras; e, incluso, a la barahúnda del camarote de los hermanos Marx. ¿O no?... Son esos momentos en los que a todo el mundo parece atacarle un brote de urgencia, de prisa: "¡Tenemos que reunirnos ya!: ¡que venga fulanito!, ¡que acuda menganita!, ¡que se localice a Pepe allí donde esté!, ¡que Pepa deje lo que sea y que se presente!"... ¡Hay que decidir!, ¡hay que resolver!, ¡hay que actuar!" Y todo el mundo empieza a desmelenarse, a poner cara de velocidad, a hablar a ritmo de vértigo... La voces se confunden, las propuestas se atropellan unas a otras, las sugerencias parecen bólidos de carreras. Y, naturalmente, a todo ello se une el sonsonete de diez teléfonos móviles que forman lo más parecido a la voz de "¡y dos huevos duros!" que emerge de las profundidades del camarote.
¡Naturalmente que las empresas, todas las empresas, su empresa viven -habitual o esporádicamente- situaciones de emergencia que imponen meter un cohete allá donde la espalda pierde su casto nombre a toda la nómina o a parte de ella! No tiene nada de extraño que se convoquen gabinetes de crisis a horas intempestivas, que haya que poner las neuronas en ebullición para salir del atasco en el que se ha metido el negocio... Pero, si ése es el ritmo habitual, si uno se siente frecuentemente como el fontanero o la manicura en el camarote de los Marx, algo está fallando: la organización, la planificación, la prudencia o la intuición. O todo a la vez. Porque en estas meriendas de negros, como en el camarote, aunque todo el mundo parezca ir como una bala, lo cierto es que está paralizado por la falta de espacio -vital y mental- para respirar y para pensar. Sencillamente: en el camarote de los Marx se ha perdido el elemento esencial para trabajar con eficacia, que es la serenidad. Y la actividad rápida y dinámica se ha transformado en un inoperante frenesí.
Original: Expansión y Empleo