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LPI (Ley de Propiedad Intelectual)

piezas

Este texto está dedicado a Manuel Hernández, un carmelita descalzo que, en los días que escribo, y según informa Ramón Lobo para El País, es el último español residente en Irak. Se ha quedado allí para defender la biblioteca de su convento, sin armas, de la única forma que se pueden defender las bibliotecas: ordenando, limpiando y clasificando sus libros. Con sus santos cojones -con perdón- y con una provisión de chorizo en la despensa. En la entrevista comenta con amargura que se pasa las tardes peleándose con Internet: "No consigo ver periódicos españoles; todos piden clave de acceso". Entre ellos, aquel en el que se publica su entrevista, dado que el grupo mediático al que pertenece se ha empeñado en poner candados a la información, sea en Internet o a través de las señales de radiodifusión televisiva, mientras vende los libros de Saramago a veinte euros.

Un hombre solo, encerrado en su biblioteca, empeñado en salvar un montón de libros. Como tantos monjes anónimos a lo largo de la historia, como el hermano Francis de "Cántico por Leibowitz", como tú, Hipatia.

Así arrancaba la Carta a Hipatia de Sánchez Alméida, escrita para la presentación de las licencias Creative Commons en su versión española: ensalzando el valor del anonimato heróico del ciudadano humilde, amante abnegado de su tesoro cultural más preciado en medio de un país caótico que muy pronto acabaría en ruinas.

Hoy en RepublicaInternet leemos otro recuerdo a Hipatia a través de una cita que debía ser esperanzadora por su enseñanza ejemplar; sin embargo resulta sombría al contrastar con el tema que la trae: la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual cuyo proyecto ha sido aprobado casi por unanimidad, con solo la abstención de dos diputados. Conjeturábamos el otro día sobre ello por aquí.

Deportes, salud. Por favor, no penséis que enloquecí. O por lo menos menos no creáis que mi cordura derivó tanto como la de todos esos políticos electos por el pueblo pero que lejos de representarnos atienden las súplicas de cuatro privilegiados que desean pervivir de su chiringuito sin molestarse si quiera en trabajar para actualizarlo mínimamente. Es sólo que el elevado absurdo es tal que no se me ocurrió otra manera de expresar el delirio más que con un inocente gesto dadaísta. O también como:

¡Internet: bajo el asfalto está la playa!

¿Insumisión? ¿Hay más respuestas?

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