Internet ha puesto en manos de todos los ciudadanos la libertad de prensa de la que antes sólo gozaban aquellos que tenían una rotativa. Y eso se ha convertido en un peligro para todos aquellos poderes acostumbrados a controlar la información. Se trata de un peligro éste que no se puede abordar de forma directa, como en otros tiempos que muchos añoran en la intimidad de sus despachos. No se puede recurrir a la vieja y torpe censura directa, sin levantar las iras de los defensores de la libertad de expresión. Los nuevos censores practican otras tácticas, en las que les han adiestrado los gabinetes de imagen de las empresas multinacionales, muy versados en inteligencia emocional. La censura se ejerce de forma oblicua, mediante leyes pensadas para otras cosas. Leyes pensadas para regular el comercio electrónico, la propiedad intelectual o industrial. Leyes tan distintas como el Estatuto del Periodista, el Código Penal o la Ley Orgánica de Protección de Datos. Y cuando no se dispone de una ley pret a porter, se le encarga a los políticos en nómina que nos hagan una ley a medida.